Las Nubes es el nombre de la casa que perteneció a Enrique Amorim y Esther Haedo. Se construyó entre 1929 y 1931 sobre bocetos del propio Amorim, pero inspirada en las ideas racionalistas de arquitectos suizos, alemanes, belgas y franceses (como Robert Mallet-Stevens, cuyas obras muestran un claro parentesco con este chalet) que la pareja había conocido en su viaje de luna de miel por Europa.
En la fachada de la casa se identifican dos placas, colocadas por el propio Amorim: una con el nombre –Las Nubes– y el dibujo de una línea ondulada, a modo de isotipo que fuera también reproducido en diversos elementos de la casa, como baldosas o felpudos) y otra donde se registra a los autores de la obra: “Calculista Ing. Antonio Texeira Campos. Constructores José y Santiago Texeira Campos. Sobre ideas de Enrique Amorim”.
Cuenta Alfredo Alzugarat (en Salto y Enrique Amorim, Homenaje al escritor y al hombre) que Enrique Amorim encontró el nombre para la casa inspirado en un poema en prosa de Charles Baudelaire: “Amo las nubes… las nubes que pasan… allá… ¡las maravillosas nubes!”.
En una entrevista que el uruguayo Juan José Ravaioli le hizo a Esther Haedo hacia 1990 ella comentaba:
“Primero íbamos a casa de mis suegros, Enrique Amorim y Candelaria Areta. Ellos vivían en la ciudad. Habíamos viajado bastante y comprado cosas acá y allá, y siempre había que volver al Salto, porque la madre tenía una gran predilección por Enrique, era el hijo que le era más afín. Entonces se nos ocurrió hacer una casa en Salto, una pequeña cosa. Yo quería una casa chica, pero Enrique después se enloqueció [risas] Porque quería una casa con esto y con lo otro, con cuartos para llevar amigos y gente, y entonces salió ese monstruo y hoy yo no sé qué hacer con él. Han estado diciendo que los planos fueron hechos por Le Corbusier. Nosotros en ese primer viaje habíamos visto casas en Suiza, en Bélgica, en Alemania, las primeras casas modernas que habíamos visto. Muy depuradas, de líneas muy simples. Nos gustaron esas casas. Muchas de ellas eran hechas por un arquitecto que fue casi precursor de Le Corbusier, de la misma época. Se llamaba Robert Mallet-Stevens. Enrique fotografió algunas casas y compró revistas de arquitectura. Cuando vinimos y se nos ocurrió hacer la casa, decidimos hacerla en ese estilo, que era distinto. Después, Enrique quería un patio como una enramada, porque decía que con el clima de Salto era el único lugar que sería fresco. Yo quería los dormitorios arriba. Y así la hicimos”.
La estructura de esta casa de vanos horizontales se eleva sobre pilotes. El ingreso principal se realiza por el centro, a través de una suerte de patio interior (desde donde se asciende –escalera curvilínea mediante– al primer piso). Las ventanas de las habitaciones ven al este y al oeste. La luz abunda. Hay sillones de lectura y sillones para el visitante. Las fotos atestiguan el paso de amigos y familiares –invariablemente sonrientes y con ánimo festivo– por el lugar. A un costado, en el terreno alto y pedregoso del patio, está la gran piscina. Las ruinas de un tambo al fondo de la casa se convirtieron en un pequeño teatro que la pareja construyó años después de inaugurada la casa y que ambos usaban para veladas de teatro, de música y de poesía. Históricamente la biblioteca guardaba las colecciones completas de Caras y Caretas (la original), de Sur o las primeras ediciones de libros dedicados por sus autores. En las paredes había obras de varios pintores reconocidos. Entre el mobiliario se distinguían lámparas con diseños de la Bauhaus y una colección de objetos que el matrimonio había traído de sus viajes múltiples y que adornaban rincones y vitrinas, además de la notable colección de artesanías realizadas por Esther con caracolas y restos de conchas encontradas en la orilla del mar.
La casa, moderna, vanguardista, fue transgresora en Salto, aunque la ciudad de la primera mitad del siglo XX convivía –en una pugna más o menos armoniosa– menos con la pacatería que con un ambiente cultural intenso, que vivía un momento de esplendor y riqueza creativa. Las Nubes fue el solaz donde peregrinaron grandes artistas e intelectuales, como Jorge Luis Borges (Georgie, como le decía la pareja), primo de Esther, quien pasó varios veranos junto a ellos en el Salto oriental y escribió en el chalet su cuento Tlön, Uqbar, Orbis Tertius. También fue refugio y centro de las tertulias compartido, entre otros, con el cubano Nicolás Guillén, el crítico español Guillermo de Torre y su esposa Norah Borges, el poeta español Rafael Alberti y su mujer María Teresa León, el arpista Nicanor Zabaleta, el guitarrista Narciso Yepes, los argentinos Enrique Larreta, César Fernández Moreno, Juan Carlos Castagnino, Atahualpa Yupanqui, los chilenos Ricardo Latcham y Antonio Quintana, el escultor colombiano Guillermo Botero o el brasileño Cándido Portinari. “Aquello era un barullo”, recuerda, con una sonrisa, Waldemar Carvalho, amigo de Enrique. Son muchos los amigos que recuerdan los encuentros alrededor del té (ceremonia instituida por Esther Haedo, compartida durante muchas tardes de domingo con salteños y forasteros) como oportunidades para asomarse una ventana al mundo, para descubrir vanguardias y corrientes de pensamiento, para explorar en el cine, en la literatura, en las bellas artes.
El sitio guardó cartas de García Lorca, Rafael Alberti, José Bergamín; obras de Pablo Picasso, Lurçat, Marie Vassilieff y Bernard Buffet, Mateo Hernández, Peinado, Manuel Ángeles Ortiz, di Cavalcanti, Xul Solar, Castagnino y María Carmen Portela; y de pintores nacionales como Juan Manuel Blanes, Pedro Figari, Rafael Barradas, Anhelo Hernández o Aldo Peralta.
A comienzos de 1973 Las Nubes fue declarada Monumento Histórico Nacional (se incluyó el inmueble y los valiosos elementos de su interior, pero no se hizo un inventario). El 26 de octubre de 2010 la Comisión de Patrimonio Cultural de la Nación ratificó el carácter de Monumento Histórico Nacional del chalet y lo compró, junto al Chrysler Windsor (1954) de Amorim.
En junio de 2011 se oficializó el anuncio de la compra del chalet Las Nubes por parte de la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación, en un decisión que adoptó el Ministerio de Educación y Cultura. La compra que por un valor de 225.000 dólares se realizó a Enrique Saporiti, yerno de Amorim, comprende los padrones 30.226 –donde está la edificación– con una superficie de 1 hectárea, 668 m, 80 cm, y el anexo 30.108, con una superficie de 8.150 m, 30 cm. Incluye también todos los muebles que alhajan la casa, obras de arte, la biblioteca, el auto (que de acuerdo a la resolución serán “debidamente inventariados teniendo en cuenta el legado de la señora Esther Haedo de Amorim, referido a las importantes obras plásticas que se encuentran en custodia en el Museo de Artes Visuales María Irene Olarreaga Gallino").
Declaraciones de “Monumento histórico”
Año de construcción: 1929
Constructor: José y Santiago Texeira Campos
1973 - Biblioteca de Las Nubes
1973 - Las Nubes, casa del escritor Enrique Amorim y de Esther Haedo
2010 - Prohibición de realizar cualquier modificación arquitectónica que altere las líneas, el carácter o la finalidad del edificio
2010 - Obligación de propender a la conservación del inmueble y de efectuar las reparaciones necesarias para ese fin
2010 - Obligación de permitir las inspecciones que disponga la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación, a fin de comprobar el estado de conservación del bien
2010 - Vehículo automotor marca Chrysler, año 1954, sedán 4 puertas, modelo Windsor, n.º de motor: 5.426.816, 6 cilindros
Situación jurídica actual: Propiedad de la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación
Dos
sitios característicos de la zona
El Parque Solari. Frente a la casa, sobre la avenida Blandengues, a pocas cuadras de las vías férreas, en medio de un suelo quebrado, con rocas y declives, y atravesado por el serpenteante arroyo Sauzal, está el parque Benito Solari. Donado por don Benito Solari en 1923 al pueblo de Salto, tiene jardines, puentes, un pequeño lago, una isla, pasarelas y una glorieta de estilo inglés, coronada de rosas y con una escalinata flanqueada por jazmines. Con cerca de 17 hectáreas, el proyecto –que había sido inspirado en los diseños de paisajistas como Édouard André– seguía las tendencias románticas de la época. Varias de las especies plantadas por don Benito y su esposa, doña Isidra Olascoaga, habían sido traídas desde el famoso vivero francés Vilmorin. El parque sigue siendo el hogar de varias especies de pájaros. Hay, entre una variedad enorme de especies, palmeras pindó, coronillas, pitangas, guayabos del país, lapachos rosados, pinos y cipreses. Los caminos están bordeados por azaleas, coronitas, de novia, jazmines y bambúes. Hay graevileas, casuarinas y oleofragans, gomeros, hibiscus, yucas, crategos, ceibos, acacias, fresnos y tunas. Y en el Jardín del Descubrimiento, proyectado por el paisajista Leandro Silva Delgado e inaugurado en 1992 con motivo de los quinientos años de la llegada de Cristóbal Colón, se encuentran las especies traídas desde España, como naranjos, vid u olivos.
La Casona. A unos metros está La Casona, que originalmente fue la residencia de doña Candelaria Areta, la madre de Enrique. Fueron Enrique y Esther quienes decidieron donarlo años después a la Intendencia de Salto durante la gestión del arquitecto Armando I. Barbieri. El 25 de agosto de 1951 se inauguró oficialmente como Museo Histórico Municipal. El museo se encuentra cerrado y el edificio actualmente es sede de una Usina Cultural, un Centro MEC.