• BREVE BIOGRAFÍA

    Enrique Amorim nace el 25 de julio de 1900 en una casa vecina a la Catedral de Salto. Es el primogénito de siete hermanos varones, todos hijos de Enrique G. Amorim (uruguayo, de ascendencia portuguesa) y de Candelaria Areta (descendiente de vascos). Asiste a la escuela pública y más tarde al colegio que dirigía Pedro Thévenet. Varios períodos de su infancia transcurren en las estancias “El Eucalipto”, cerca de San Antonio, y “El Paraíso”, de su abuelo José Amorim. Siendo alumno del Instituto de Enseñanza Secundaria Politécnico Osimani Lerena (en 1913) pasa las vacaciones en la estancia paterna "La Chiquita", en las inmediaciones del arroyo Tangarupá, a unos 80 kilómetros al norte de Salto.

    De este período de la infancia data la profunda, indeleble visión del campo uruguayo, integrado en una vívida y siempre revivida zona de la cual el futuro novelista extraerá paisajes, personajes y situaciones”, explicaba Mercedes Ramírez en el Capítulo Oriental n.º 27, enteramente dedicado a Amorim.


    A los dieciséis se traslada a Buenos Aires a estudiar como pupilo. En el Colegio Internacional de Olivos conoce al poeta Baldomero Fernández Moreno, su profesor de literatura, con quien inicia una amistad muy cercana y una admiración mutua y perdurable. En Buenos Aires Amorim se acerca a Horacio Quiroga, con quien a pesar de la diferencia de edad -Quiroga le lleva más de veinte años- se labra una amistad entrañable. Según Emir Rodríguez Monegal (en El desterrado), Amorim encuentra “en el inaccesible escritor un amigo que lo protege, que vigila la colocación de sus primeros trabajos literarios (los inevitables poemas) y que hasta le cede el apartamento amueblado cuando decide irse a San Ignacio por una larga temporada”.


    Con Quiroga comparte, además de la pasión literaria, el gusto por el cine, que en Amorim también se traduce en una exploración activa como guionista de múltiples películas argentinas de la década del cuarenta, y realizador. Entre los varios “poemas visuales” que habría de realizar a lo largo de su vida se cuentan Escrito en Varsovia (1948), Escrito en el agua y Pretexto (que obtuvieron premios del Cine Club del Uruguay en 1950 y 1952 respectivamente), Veintiún días (1953) y Rostro recuperado (1954). Trabaja en cine como ayudante de dirección y como argumentista de: Kilómetro 111, El viejo doctor, Yo quiero morir contigo, Canción de cuna, Vacaciones en el otro mundo, Su primer baile. Escribe, además, una columna semanal de cine en la revista El Hogar.


    A los veinte años Amorim publica el libro de poemas Veinte Años. Su amigo Baldomero Fernández Moreno saluda con estos versos la felicidad del comienzo: “Con tu más bella letra ya está el libro copiado, la carátula blanca cual simbólico traje; toda la gente a bordo y el velamen hinchado, no vaciles un punto, lánzate denodado, ¡Amorim, buen viaje!".


    Por esos años se integra al grupo literario de Boedo. En 1923 comienza a trabajar como auxiliar de la Dirección de Impuestos al Consumo de la Província de Buenos Aires, en la ciudad de La Plata, y publica su primer tomo de cuentos: Amorim. Le siguen Las Quitanderas (1924), Tangarupá (1925), y su segundo libro de poesías: Un sobre con versos. En 1926 publica Horizontes y bocacalles. Se prepara por entonces para un viaje a Europa, que será el primero de otros ocho, y comienza sus apuntes viajeros, una colección de recuerdos de sus aventuras y desplazamientos.


    En 1928 se casa con Esther Haedo. Ella, su compañera de toda la vida, lo sobreviviría treinta y seis años. (Para leer más sobre la relación con Esther, la inteligencia original y la sensibilidad cautivante de esta mujer, pueden dirigirse al capítulo dedicado a su persona). Ese año ambos emprenden la construcción de su casa: Las Nubes, mítico chalet que a lo largo de toda la vida de la pareja en Salto se constituyó en un centro hospitalario y generoso de tertulias y de encuentro de la comunidad salteña con grandes artistas de todo el mundo que recalaban en el lugar. En el mismo momento en que se emprende la construcción de Las Nubes Amorim se emprende a sí mismo como cineasta, retratista, cronista, documentalista.


    Hacia 1930 viaja a Chile, se integra al grupo de intelectuales Índice e inicia una amistad (“que como todas las suyas sería mantenida hasta la muerte”, acotaba Mercedes Ramírez) con Ricardo Latcham. En 1932 se publica Del 1 al 6 en Montevideo y La Carreta, novela de quitanderas y vagabundos, en Buenos Aires. En 1934 se edita El paisano Aguilar y Amorim conoce en Montevideo a Federico García Lorca, a quien visita en Madrid en 1936 y a quien retrata en su Galería de escritores y artistas. [Años más tarde tendrá la iniciativa de construir en homenaje a la memoria de García Lorca un monumento sobre el río Uruguay, en Salto. Este gesto tiene un antecedente directo en 1937, tras la muerte de Horacio Quiroga, en las gestiones para que sus cenizas fueran repatriadas a su Salto natal].


    Fruto de una relación que tiene alrededor de 1935 con una pintora argentina, Blanca Pastorello, nace la hija de Enrique, Liliana.


    Hombre de contradicciones secretas y dolorosas, las supo reducir con tenaz voluntad para erigirse en señor de sí mismo, en creador de una obra vastísima y en servidor de las causas populares. La dictadura de Terra, la rebelión fascista en España, la guerra mundial o los excesos policiales del peronismo lo llamaron a su tiempo para luchar, como hombre y como escritor”, señalaba Ramírez.


    En 1938 publica Historias de amor y La edad despareja. En 1941, El caballo y su sombra. En 1944 aparece La luna se hizo con agua. Funda con el grupo Amanta en Buenos Aires la revista Latitud, cuya sección literaria dirige. El asesino desvelado se edita en 1945 y al año siguiente Nueve lunas sobre Neuquén.


    En 1947 se afilia al Partido Comunista, cuyo ideología profesaba desde hacía unos años. En Varsovia participa del Congreso por la Paz. Al concluir éste se dirige a París y se suscita allí un conflicto diplomático internacional, en donde debe mediar el Ministro del Interior de Francia para conseguir la anulación del decreto de expulsión.


    La pareja de Enrique y Esther va a alternar sus periodos de residencia en Las Nubes con temporadas de radicación en Buenos Aires y en Montevideo. En 1950 abandonan para siempre, y por motivos políticos, la República Argentina. Será desde "Las Nubes" desde donde él partirá a sus tres últimos viajes a Europa.


    Reunidas en un solo volumen se publican hacia 1950 las obras teatrales La segunda sangre, Pausa en la selva y Yo voy más lejos. Entre 1952 y 1953 aparecen varios libros: con Feria de farsantes obtiene el Primer Premio Nacional de Novela del Ministerio de Instrucción Pública del Uruguay; La victoria no viene sola se publica en Praga. Quiero, libro de poemas, se edita en 1954, seguido por sus Sonetos de amor en octubre.


    Tras volver de Moscú en 1955 publica en Montevideo Todo puede suceder, al que siguen Corral abierto, Los montaraces y Sonetos de amor en verano. En 1958, año en que publica La desembocadura, recibe durante una semana varios homenajes en Salto.


    Su libro de cuentos Los pájaros y los hombres aparece unos días antes de su muerte, ocurrida el 28 de julio de 1960.


    Póstumamente se van a publicar Temas de amor y Eva Burgos, en agosto y noviembre de 1960, respectivamente. Inéditos quedaron los originales inconclusos de una novela, El ladero, y de un libro de memorias titulado Por orden alfabético.


    Enrique fue lo que fue gracias a Buenos Aires. Sabía hacerse querer. Era un hombre muy franco, muy leal siempre”, recuerda Waldemar Carvalho.


    No se podría nunca reflejar a Amorim en una sola imagen, “porque fue varios al mismo tiempo y porque todo lo que fue e hizo está signado por el dinamismo, la multiplicidad, la avidez”. Lejos de resolverse en una línea exclusiva, su personalidad “se fue proyectando en zonas diversificadas y a primera vista contradictorias”, apuntaba Mercedes Ramírez en su ensayo de Capítulo Oriental n.º 27, en el año 1968, y agregaba: “siempre es difícil apresar la totalidad de una vida en la trama de los hechos y las fechas; y no siempre es posible desentrañar la clave del hombre por el análisis de sus decisiones. La figura de Enrique Amorim, proteiforme, desconcertante, inapresable, queda sin embargo totalizada en la imagen de un hombre cabal”.

    SEGÚN SUS CONTEMPORANEOS

    La mirada de Orfila Bardesio


    Para acceder a la narrativa de Enrique Amorim como El Paisano

    Aguilar, La Carreta, y otras obras, entre ellas Eva Burgos, por su

    importancia, lo primero que sobresale ante ellas, es la persona misma de

    Enrique Amorim, quien se ocupa personalmente de divulgar lo que favorece a

    nuestra cultura: aloja en su casa de Salto, Las Nubes, junto al río Uruguay, a

    Federico García Lorca, a Pablo Neruda, a Nicolás Guillén, entre otros muchos;

    vincula a escritores con grandes pintores como Castagnino, en Argentina, de

    quien es amigo, a Portinari, el gran brasileño célebre, que recuerda al pintor

    francés llamado Rousseau, ‘el aduanero’; procura grabar discos de poemas en

    la casa Breyer; busca publicarlos en La Nación o en revistas prestigiosas como

    Correo Literario, y El Hogar, donde describe figuras de poetas nuevos con

    talento.

    Él expresa sobre mí, en la revista El Hogar, mencionándome como

    una joven poeta uruguaya’: ‘dice los versos como si se los dictaran desde las

    sombras’, aludiendo al recital que oyó en la reunión celebrada en casa de

    Alberto Zum Felde, con motivo del alejamiento de la dirección de la Biblioteca

    Nacional. Más adelante me presenta en una recepción en su honor, en Buenos

    Aires donde asisten los escritores argentinos. Vincula a los artistas con los

    cineastas, con otros como Manuel Mujica Láinez, con Jorge Luis Borges, o como

    ocurre con Pablo Neruda y el autor de Marinero en tierra, Rafael Alberti.

    Ayuda a conocer la realidad rioplatense a quienes lo necesitan para

    realizar su obra.

    Él, de quien se dice que es ‘comunista’, sale por los barrios carenciados a

    predicar igualdad social en un largo coche de color claro, sin capota, de la

    última promoción de la Ford, asomado de sus asientos para proclamarla mejor;

    lleva a los escritores a la casa de San Isidro de las hermanas Ocampo, que alojan

    a los invitados europeos célebres, les acerca libros, les consigue ejemplares

    agotados, viaja regularmente a la Argentina y a Europa estableciendo

    conexiones con creadores de los países que visita.

    Viéndolo actuar, oyéndolo hablar, se pueden apreciar los valores

    culturales auténticos, y a través de su espíritu, y la espléndida generosidad que

    lo enaltece, atrae por el espectáculo de su personalidad y acerca al conocimiento

    cabal de su obra.”



    Extracto de un texto de Orfila Bardesio, publicado en El pasado cultural uruguayo. Montevideo, 2006, pp. 88-89.



    La mirada de Oribe Irigoyen


    Una de las múltiples facetas de Enrique Amorim como creador es su amor al cine y su aproximación al mismo, cuando la naciente cinematografía rioplatense intentaba encontrar el camino que expresara su realidad más representativa. De ella es testigo la presencia de Amorim en Buenos Aires, donde expuso su capacitación indudable de espíritu inquieto como libretista. La orientación que confirió a la producción cinematográfica argentina se ve reflejada en el único instante en que esta tuvo verdaderamente significado como muestra de un arte nuevo en una nación nueva, y hoy ya el camino que entreviera Amorim a través de films como Kilómetro 111, se ha desvirtuado y quizá fuera necesaria una revisión de la obra de este cinematografista para volver al verdadero cauce: el cine íntimamente ligado al sentimiento popular y no a lo popularesco.


    Pero analicemos la labor de Amorim en relación con ese cine uruguayo de incipiente formación: al respecto su labor se orientó más hacia la faz de libretista-director, y esta comprende una serie de films. En un jugoso documental de impresiones de viajes desfilan los espíritus más representativos con los que Amorim se pusiera en estrecho contacto como hombre y como viajero. Así, son captados en instantáneas desde Pablo Picasso a Ilya Ehrenburg, desde Pablo Neruda a Nicolás Guillén, llevando al conocimiento del espectador toda la realidad intelectual del siglo XX.


    Pero lo que más importa de lo realizado por Amorim en el Uruguay son sus poemas cinematográficos, donde intenta la expresión de nuestra realidad social a través de imágenes siempre renovadas que concurren al logro de un clima poético. En ellas Amorim recurre a su experimentada lucidez de literato acostumbrado al manejo de imágenes para atender ya por la formulación simbólica, ya por un atento escudriño de rostros humanos o de objetos cotidianos que presagian al hombre, al logro de ese aparente e incasual encuentro con la realidad.

    Tomamos a título de ejemplo su film a nuestro juicio más representativo: Pretexto, rodado en 1952.


    El sentido de esta película se orienta hacia la comprensión humana a través de todas las fronteras, a través de las más auténticas rebeldías del hombre que se concretan en las dos palabras que cierran significativamente el film: ‘paz-pan’. La elaboración formal de Pretexto no sólo busca la consecución de su mensaje a través del símbolo (una calavera cerrada por las hormigas, imagen de un patético sentido de renovada lucha del hombre) sino que sabe concretar en un objeto, una botella que recorre el río, con su mensaje de esperanza  y rebeldía que pesa poderosamente en el ánimo del espectador, el total llamado del hombre por encima de razas y de fronteras.


    Esos elementos didácticamente jugados, presentes en todos sus films (Escrito en el agua, Fronteras al viento, etcétera), sólo pueden ser eficaces cuando quien los maneja conoce el oficio cinematográfico al punto de valorarlo por el encuadre (alguna toma de las gotas que golpean unas hojas es ejemplar) y por el montaje, expresado con seguro aquilatamiento del ritmo. El resultado es una poesía auténtica, fluidamente expuesta sin que Amorim olvide al hombre, y de ese contraste positivo entre paisaje y vivencia se rescata el valor de la poesía cinematográfica cuando quien la hace tiene algo que decir y a quién decirlo”.


    Publicado por Oribe Irigoyen en el suplemento de Cultura de El Popular n.º 73, Montevideo, julio de 1958. Extraído de Archivo de Prensa, Biblioteca digital de autores uruguayos.

    EL ENTORNO


    Salto, la Quiroga y el Taller Figari


    La Asociación Cultural Horacio Quiroga (que funcionó en Salto desde los primeros días de 1946 hasta mediados de los años setenta) tuvo un diálogo fecundo con Las Nubes (se decía que una era la sucursal de la otra y viceversa). Era entre ambos lugares donde se tejía el movimiento cultural independiente de aquellos días en la ciudad. Enrique Amorim fue un impulsor entusiasta que dio vida y bríos a esta asociación (y el Taller Pedro Figari de Artes Plásticas que ahí funcionaba). En el Taller Pedro Figari el maestro era el pintor húngaro José Cziffery, que llegó a la ciudad en 1947 (fue por unos meses a Salto, pero “el ambiente lo rodeó y se quedó el resto de su vida en la ciudad”, cuenta Waldemar Carvalho).

    La primera reunión de la Asociación Cultural Horacio Quiroga (o “la Quiroga”, como desde entonces se dio a llamar) ocurrió el 5 de enero de 1946, y entonces se resolvió que la asociación fuera una filial de la Asociación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores del Uruguay (AIAPE). Asistieron a esa reunión unas cincuenta personas (entre quienes se encontraban Altamides Jardim, Reneé Amaro, Francisco Lucas Gafrée, Berta Silva Delgado, Artigas Milans, Oscar Ambrosoni, Amanda Canale y José Echave), que además de participar de la fundación de esta institución tan importante para el Salto de aquellos días escucharon esa tarde una charla de Amorim sobre Pedro Figari.

    Surge de los estatutos de esta institución la voluntad de ser una entidad de carácter popular, cuya finalidad es el fomentar el desarrollo cultural y artístico en el departamento.

    La Asociación publica en febrero el primer número del boletín Norte, donde el bachiller Adolfo Silva Delgado propone un plan de acción cultural que prevé la institución de: una escuela, un salón y un museo departamental de Bellas Artes, exposiciones, un conservatorio de música, una escuela de arte dramático, teatro al aire libre en el Parque Solari, conciertos, una orquesta infantil y coros, escuela de danza, cine-arte, conferencias, publicaciones, concursos literarios anuales y bibliotecas ambulantes. Figuran en el plan misiones culturales a los barrios.

    La Comisión de Bellas Artes de la Quiroga, cuyo secretario es José Echave, convoca a clases de pintura y dibujo a cargo de José Cuneo en el local de la Asociación Estudiantil Osimani y Llerena. “Los interesados deben concurrir con papel, lápiz, carbonilla”, informa la prensa.

    Pronto la asociación obtiene permiso para funcionar en su local de calle Uruguay, al lado del Instituto Normal. Enrique Amorim dona la biblioteca de su padre, y propone llamar Pedro Figari al nuevo taller. Logran la colaboración de la Intendencia, de instituciones y comercios locales, y exhortan a los salteños a aportar viejos muebles. La prensa local anuncia dos kermesses bailables en el Club Universitario (un baile de los globos y corazones, un baile de los plumeros) para conseguir recursos. Los cursos están a cargo del pintor húngaro José Cziffery.

    Los vínculos de Amorim acercarán a la institución visitas como la del pintor Cándido Portinari y Juan Carlos Castagnino. El Taller Pedro Figari tendrá una presencia destacada en los Salones del Interior, a través de las obras de su docente, y de integrantes como Aldo Peralta, Luisa Medina, Odardo Minatta, Bolivar Gaudín, Osvaldo Paz, César Rodríguez Musmanno, José Luis Balderrín y Lacy Duarte.

    Gente importante venía, importante en todos los sentidos, y acá venían porque había un mercado, y de acá de Salto se iban a Buenos Aires directamente. Salto tenía un muy buen teatro por entonces. Nadie se lavaba las manos... Había también una masa de gente con buena posición económica que ponían toda su fuerza en favor de la cultura. Todo eso duró hasta fines de la década del cincuenta...”, apunta Waldemar Carvalho.


    Agradecemos el aporte de Olga Larnaudie, quien nos facilitó apuntes varios de una investigación inédita sobre el contexto cultural que vivía Salto a mediados del siglo XX en general, y en particular la vida de la Asociación Cultural Horacio Quiroga. Esta breve síntesis fue realizada gracias a su generosidad. También agradecemos a Waldemar Carvalho, quien nos recibió y con enorme amabilidad compartió con nosotras sus recuerdos sobre los tiempos de efervescencia cultural en el Salto de mediados de siglo XX.



    Aquellos días en Salto: testimonios y miradas sobre la Quiroga


    Entre 1944 y 1946 estuve vinculado a Enrique Amorim por actividades culturales. Lo conocí en Salto siendo yo niño. Estaba dentro del diario vivir mío porque mi familia y la de él eran muy allegadas. Un tío mío estudió con él en Buenos Aires. Siempre veía fotos que enviaba de sus viajes a mi padre y a mis hermanos. Mis vivencias, luego, junto a él, fueron muy profundas, porque a través suyo tuve la suerte de conocer gente como Nicolás Guillén y Juan Carlos Castagnino, éste último un famoso pintor argentino sobre quien Amorim escribió una monografía.

    A Castagnino lo llevó Enrique a Salto para pintar un mural en el Club Uruguay. El mural se conserva hoy en perfecto estado y su tema es muy salteño y de aquella época: las lavanderas del río. Ese mural me impactó. Entonces yo estaba por iniciar preparatorios de Arquitectura. También a través de Amorim conocí a Cándido Portinari y a José Echave, luego escenógrafo de la Comedia Nacional en el Teatro Solís en los años cincuenta. Portinari, por su parte, se fue luego a la sede de la ONU, en Nueva York, a pintar otro mural, Guerra y paz, y Echave se fue con él.

    Todo eso me permitió un acercamiento, un conocimiento y una participación muy grande dentro de la dinámica cultural que Amorim tenía en Salto. En los años 45 se estaba gestando allí un movimiento de intelectuales y de gente inquieta por los conceptos de literatura y plástica. Se hicieron reuniones para formar un grupo que se llamó nada menos que Asociación Horacio Quiroga. Enrique vuelve a Salto en momentos en que se estaba gestado esa asociación. Interesados por ella y apoyados por Amorim, visitan entonces la ciudad Carmelo de Arzadum y José Cuneo, quienes exponen sus ideas e ímpetu en el Ateneo.

    Pero Enrique trae algo que nuclea aún más, porque él venía de Buenos Aires, y allí, junto a otros, había fundado la AIAPE (Agrupación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores). La AIAPE se crea en un momento muy difícil, en Buenos Aires, en Asunción, en Río de Janeiro; era Latinoamérica contra el fascismo, denunciándolo, desenmascarándolo, con el acento puesto en la guerra civil española. Gracias a Amorim la AIAPE pasa a considerar a la Asociación Horacio Quiroga como una filial suya. Esto establece un vínculo que permite la venida de más gente. Así, a través del arquitecto Herrera Mac Lean y la Comisión Nacional de Bellas Artes, por una gestión que se realizara ante el Ministerio de Cultura pidiendo un maestro de taller, aparece José Cziffery, quien llegó por seis meses a Salto y se quedó por el resto de su vida. Nosotros le llamábamos El Viejo. Era un húngaro de 40 años que en Francia había sido discípulo de Matisse, y que luego había viajado a Río de Janeiro. Con él se formó el Taller Pedro Figari, que dependía de la Asociación Horacio Quiroga y tenía a Enrique Amorim como alma máter, como agente sociocultural del medio.

    Yo ahora estoy trabajando en la Comisión de Homenaje a Amorim y con ese propósito estoy anotando los  nombres de los docentes temporarios en el Pedro Figari y de quienes tuvieron contacto con el Taller o fueron invitados y llegaron a Salto por esos años: Guillermo Botero, un escultor colombiano que vino a Uruguay para construir paños cerámicos para el viejo aeropuerto de Carrasco (y que Enrique llevó a Salto, donde hizo un horno de cerámica); Hans Planchek, un plástico alemán, que también fue escenógrafo del Teatro Solís antes de volver a su patria; Alejandro Michelena; Armando González, “Gonzalito”, que hizo un relieve con el rostro de Enrique y nos daba charlas, y con quien hacíamos acuarelas y croquis; Américo Espósito; Álvaro Colombo, ceramista que vive en Paysandú; el pintor fraybentino Luis Alberto Solari; los pintores salteños Casimiro Motta, Osvaldo Paz, Leandro Silva Delgado, Aldo Peralta, y la que luego sería su esposa, la artista plástica Lacy Duarte; otros, en fin, vinculados a la literatura, como Guido Castillo, Marosa di Giorgio y su hermana Nidia.

    En aquel momento el Taller Pedro Figari, con el maestro Cziffery al frente, llegó a tener veinte, veinticinco alumnos. Todos teníamos metida dentro la problemática social, la miseria y el campo en ruinas, el río Uruguay crecido (como aparece en el poema de Amorim) y las lavanderas (como las de Castagnino). Lo que grabábamos eran reflejos de la sociedad, de la vida rural, de los rancheríos. Allí nos formamos. Luego, con el tiempo, cada uno fue avanzando, buscando caminos propios en la plástica.

    Enrique dejó tras de sí también sus vivencias, sus experiencias de viajero y el modo como las transmitía, tanto en conversaciones en el taller como en Las Nubes. En el hogar  de Enrique vi obras de Picasso, de Portinari, antes que en los museos.
    Luego, como director de Obras Municipales conocí la campaña, viajé a todos lados trazando caminos, alcantarillas, vías de comunicación, y conocí estancias que también había conocido Enrique, estancias de las que habla en sus obras, como la Celeste, la Rosada, y pequeñas poblaciones como Pueblo Palomas, Saucedo, Pueblo Celeste, Rincón de Valentín, Tangarupá. En todos esos lados conocí a la gente, a los peones, y era lo mismo que ver un retrato de Enrique en sus cuentos o novelas, palpé directamente lo que leía de él y eso es lo que más me importa. Lo nuestro era un realismo social con una gran mente abierta”.


    Testimonio de César Rodríguez Musmanno


    ***



    Lacy Duarte llegó a la ciudad de Salto, proveniente de Mataojo, del norte del departamento, hacia 1952, a la edad de quince años. El Taller Pedro Figari ya llevaba entonces más de diez años de existencia y la pujanza vital del maestro José Cziffery ya no era la misma del comienzo. “Al principio todo había sido muy efervescente pero hay cosas que decaen, hay causas que motivan y otras que desmotivan. No obstante, el movimiento cultural que había en Salto todavía era muy fermental, y como dice el argentino Luis Felipe Noé en su antiestética: un artista mediocre en un ambiente efervescente puede llegar a ser bueno, y a la inversa, un artista bueno en un ambiente mediocre puede quedar estancado. Yo valoro la importancia de lo colectivo, el intercambio, la solidaridad que había entre los que integrábamos el taller. En él la corriente estética predominante fue el expresionismo, sobre todo en lo que se refiere a la incorporación de técnicas; lo temático era más libre y había figuraciones que podían tener un sentido social. José Cziffery murió poco después que Amorim. El taller decayó en una larga agonía hasta desaparecer con la dictadura...”.

    En su recuerdo, Lacy Duarte coincide en que Enrique Amorim era un verdadero gestor cultural. Un poeta catalán, Jaime Sabartés, que había vivido como refugiado político en Montevideo, donde se desempeñó como redactor del diario El Día, y que volviera a España en 1935 a pedido de Picasso, era por entonces uno de los principales contactos del escritor. “Amorim era un hombre más vinculado a París y Buenos Aires que a Montevideo. Un hombre que escribía como diez cartas diarias, metódico, que dedicaba horas a esa tarea. Entre otros, se escribía con Sabartés, que era el secretario de Picasso, y nosotros recibíamos información a través de lo que él contaba de su correspondencia. Era lo que más aportaba Amorim al taller: esa transmisión de conocimientos. Además traía todos los meses un intelectual montevideano a dar una conferencia en Salto, organizaba concursos locales entre los alumnos del taller sobre paisajes del jardín de su vivienda, hacía una recorrida por las mañanas por las casas de los más allegados al taller para saber qué se necesitaba. Una vez organizó un concurso con un premio de mucho dinero en aquel entonces, cinco mil pesos, y vinieron hasta argentinos.

    Era un hombre muy curioso: una vez descubrió una fórmula matemática e invitó a un alumno, que era excelente en la materia, para que transformara esa fórmula en una escultura; así se hizo y él luego la instaló en su jardín”.

    Sin embargo, existían en torno al taller otras personas que, según Lacy Duarte,  sería injusto olvidar. “La Asociación Horacio Quiroga era sostenida económicamente por socios y una pequeña cantidad la aportaba la Intendencia. El taller era una casa vieja, enorme, en la avenida Uruguay, al lado del Instituto Normal, y era costeado por la familia del odontólogo Eduardo Catalogne y por su hermana, que era una especie de madrina de Czíffery. También por el profesor de literatura Waldemar Carbalho y por su esposa “Pocha” Astiazarán, prima del fotógrafo Panta Astiazarán. Eduardo Catalogne, por ejemplo, nos arregló la dentadura a todos los alumnos y en lo de Carbalho comí durante un año, porque yo había venido del campo a hacer Secundaria y no tenía nada. Era gente de clase media, profesionales. También compraban obras en cuotas. Era la forma que habían encontrado de apoyar a la gente que hacía algo”, apunta Lacy Duarte. 



    ***


    Yo no fui nunca alumna, estuve en la Quiroga del cincuenta en adelante. Antes estaba vinculada al taller porque conocía mucho a Peralta, que era un niño, y era una presencia diaria en casa. Me vinculé a la Quiroga por afecto. Entre los muchachos que iban a lo de Catalogne y venían a casa. El taller era como una familia. Los muchachos con sus premios y el maestro... Chicha Catalogne luchando por las finanzas... Lo que recuerdo más (por haberlo protagonizado) fue cuando Waldemar fue presidente de la Quiroga, en el cincuenta y tantos. Se hicieron una serie de actos de homenaje a Amorim, vinieron muchos intelectuales, fueron jornadas espléndidas. Fue como un resurgir de la asociación. Hubo un Premio Ciudad de Salto que ganó un escritor argentino y se hizo un acto enorme en el Teatro Larrañaga con las autoridades. Ese año vinieron Latchman y Ángel Rama. Se hizo una exposición de Figari espléndida con las obras que hay en Salto. Fue un período lindo”.


    Testimonio de Basilisa (“Pocha”) Astiazarán



    ***



    Los años en que fui presidente (los años 58, 59) fueron de apogeo de la Quiroga porque se abrió a otras actividades culturales, no era solo un taller de pintura. Milans Martínez era, por esas fechas, director de Cultura de la Intendencia. Se trajo el Salón Nacional, expusieron allí en el local de Uruguay. Ese año se hizo el Premio Ciudad de Salto, con Amorim, lo ganó un argentino, Antonio Stoll, fue un gran acontecimiento la entrega de premios en el teatro. Entre el jurado estaban el escritor Adolfo Silva, Altamides Jardim, Vidal Martínez, Luis Alberto Thévenet…”.



    Testimonio de Waldemar Carvalho



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    Yo que soy salteña vieja creo que Amorim fue siempre un aliciente para los que querían hacer cosas, tenían vocación y no habían podido salir de Salto. Hay que reconocer la generosidad de Amorim. Los que venían paraban en Las Nubes. Esther y Enrique los llevaban a su casa y sabíamos que estaba todo para que esas personas prepararan sin problemas lo que venían a hacer. Están los famosos té que servían en Las Nubes, que era la sucursal de la Quiroga, todos los domingos. Todo giraba alrededor de los proyectos. Enrique decía: ‘hay que pedir mucho para conseguir algo’. Porque a veces parecía que era una exageración lo que nos proponíamos…”.


    Testimonio de Luisa Medina




    Extractos de una entrevista realizada por Olga Larnaudie a miembros de la Asociación Horacio Quiroga en setiembre de 1994 en Salto; y de Salto y Enrique Amorim, “Homenaje al escritor y al hombre”, de Alfredo Alzugarat. Texto completo disponible en:

    http://letras-uruguay.espaciolatino.com/alzugarat/salto_y_enrique_amorim.htm



    El memorial de Lorca


    En la costanera al río Uruguay, delante del mirador de la ‘piedra alta’, se encuentra el primer monumento que en el mundo se dedicara a Federico García Lorca, construido de acuerdo a un proyecto de Amorim. Un trasfondo polémico acompañó a su inauguración, en diciembre de 1953. La intención del escritor era que ésta estuviera a cargo de José Bergamín como vocero de la España peregrina, y que a continuación se representara el drama La niña guerrillera, también de Bergamín. Las desavenencias entre los distintos centros de republicanos españoles tuvieron por consecuencia que finalmente el acto fuera realizado por la Comedia Nacional, a través de Margarita Xirgú, Concepción (China) Zorrilla y Enrique Guarnero, con fragmentos de distintas obras de García Lorca.


    La enemistad entre la Xirgú y Bergamín, que databa de varios años atrás, no estuvo al margen del asunto. El escritor español ni siquiera se hizo presente y se excusó por carta a Amorim: ‘siento muy de veras no haber estado ahí, contigo, en el momento de tu santa cólera para sentir viva, junto a ese muro, en el recuerdo de Federico, la emoción de tus palabras. Pero yo muy poco o nada hubiera podido añadir a ellas. Mejor tal vez haya sido así. Pues a mí las lágrimas de cocodrilos me hubiesen indignado y no sé lo que hubiera dicho’ [Nota de la editora: en el original “santa cólera” y “lágrimas de cocodrilos” están escritas entre comillas, que por razones de legibilidad de este extracto resolvimos sustituir por itálicas].


    El público asistente fue heterogéneo: artistas y gente vinculada al quehacer cultural se mezclaron con pescadores y lavanderas del lugar. La Comedia Nacional coronó su actuación con  el último acto de Bodas de sangre,  Margarita Xirgú se desempeñó en el papel de la Madre y, según testimonios que perduran, todo fue sentido tan intensamente que luego algunas lavanderas se acercaron hasta la actriz para darle el pésame [Nota de la editora: existen varias versiones sobre esta anécdota, unas apuntan que fue un gaucho quien se acercó a dar el pésame, otras sugieren que nada de esto ocurrió en esta situación, que se trata de una anécdota tomada de otra circunstancia].


    El monumento es sencillo y claro en su mensaje. El muro es de adoquines que fueran donados por contribuyentes y en ellos se estamparon versos de Antonio Machado: ‘Labrad amigos…un túmulo al poeta/ sobre una fuente donde llore el agua/ y eternamente diga:/el crimen fue en Granada, en su Granada’, etcétera.


    [Nota de la editora: una anécdota que nos confió Piba Muñoa en una entrevista que los lectores podrán encontrar entre los clips del audiovisual cuenta que existe un pequeño traspié en una de las estrofas: donde actualmente puede leerse en el monumento “Labrad, amigos, de piedra y sombra en el Alhambra…” debería decir: “Labrad, amigos, de piedra y sueño en el Alhambra…”. El cambio de palabra “sueño” por “sombra” fue un error involuntario, pero que según la mirada de Piba acompaña el carácter triste, funesto, desgraciado, de la despedida].


    El agua corría realmente a los pies del muro: una cañería subterránea, proveniente de la chacra de un republicano español de apellido Meloni, la hacía llegar hasta allí. Hace décadas, sin embargo, que ya no es así. La fuente hoy está seca, despojando al muro de su carga simbólica, restándole atracción”. 


    Extractos de Alfredo Alzugarat publicados en Salto y Enrique Amorim, “Homenaje al escritor y al hombre”. Texto completo disponible en:

    http://letras-uruguay.espaciolatino.com/alzugarat/salto_y_enrique_amorim.htm



    LA OBRA LITERARIA

    Apuntes sobre su obra


    La producción literaria de Enrique Amorim se concentró entre 1920 y 1960. Escribió y publicó más de cuarenta libros, poemas, ensayos, columnas y editoriales de prensa, guiones cinematográficos y obras de teatro. Sus obras han sido traducidas al francés, italiano, alemán y checo. Los temas rurales y las relaciones del hombre de campo con la ciudad le interesaron especialmente, pero también escribió historias policiales.


    Según Emir Rodríguez Monegal Amorim es “el único que parece realmente entregado a la realidad entera” de su tiempo, con “amplitud de visión, con espíritu alerta e inquisitivo” (extracto de “Una importante novela de Amorim”, en Marcha, Montevideo, n.º 812, 1956, p. 21, tomado del sitio web Archivo de Prensa: www.archivodeprensa.edu.uy/).


    Fue un asiduo concurrente en círculos periodísticos y tertulias intelectuales de Buenos Aires en los años cuarenta y cincuenta. De acuerdo al propio Amorim (en un discurso que tuvo lugar en el Instituto Politécnico Osimani y Llerena en 1957, al conmemorarse el segundo centenario de la ciudad de Salto) él nunca había exaltado la vida del campesino, “la vi como un poncho raído cayendo sobre las espaldas de mis hombres y no como una feroz bandera de combate”.


    Enrique Amorim trabaja con el presente. La materia de sus novelas es la actual campaña oriental, la dura campaña del norte, tierra de gauchos taciturnos, de toros rojos, de arriesgados contrabandistas, de callejones donde el viento se cansa, de altas carretas que traen cansancio de leguas. Tierra de estancias que están solas como un barco en el mar y donde la incesante aprieta a los hombres. Enrique Amorim no escribe al servicio de un mito -ni tampoco en contra-. Le interesa, como a todo auténtico novelista, las personas, los hechos y sus motivos, no los símbolos generales (lo anterior no quiere decir que sus personajes sean incapaces de una interpretación simbólica: la misma realidad no lo es). En las páginas de Amorim, los hombres y los hechos del campo están sin reverencias y sin desdén, con toda naturalidad -a veces con poética o atroz naturalidad-”, señalaba Jorge Luis Borges en el prólogo de la traducción al alemán de La Carreta, en 1936.


    Según Fernando Aínsa (en Nuevas fronteras de la narrativa uruguaya: 1960-1963, Editorial Trilce, 1993; Montevideo) “Amorim quiso ser, por sobre todas las cosas y según confesó a sus íntimos, el ‘héroe de sí mismo’, un hombre independiente ‘libérrimo y espectador risueño’, ‘casi volteriano’, capaz de reírse un poco de su vanidad para ‘poder coger la punta del hilo de la endiablada madeja’ en la que estaba enredado”.


    En un cuestionario publicado el 8 de abril de 1960 por el Semanario Marcha y consignado en la biblioteca digital Archivo de prensa, contaba Amorim que a los quince años tuvo un maestro (don Pedro Thevenet) que exigía diariamente una copia de cualquier texto-diario, revista, libro. “Yo empecé a escribir las diez líneas exigidas sacándolas de mi caleire. Eso me hizo escritor. El maestro calibraba el gusto del alumno, leía en su caligrafía, escudriñaba en las diez líneas. Al fin del año supe que yo tenía capacidad de inventiva. Ya es algo en países sin imaginación…”.


    Los lectores pueden encontrar una valiosa recopilación de enfoques sobre el camino (literario y cinematográfico) de Enrique Amorim en “Fuentes de consulta”: el mencionado Capítulo Oriental n.º 27, del año 1968, a cargo de Mercedes Ramírez, y una recolección de comentarios críticos sobre su obra (extraída de la indispensable Biblioteca Digital de Autores Uruguayos):


    www.autoresdeluruguay.uy/biblioteca/enrique_amorim/sobre/recopilacioncomentarioscriticos.pdf


    A los lectores interesados en indagar más sobre la obra y la bibliografía de Amorim les recomendamos que se asomen e investiguen en los materiales incluidos en el capítulo “Enrique Amorim” de ese valioso enlace:

    http://www.autoresdeluruguay.uy/biblioteca/enrique_amorim/


    Asimismo, pueden encontrar una interesante mirada crítica sobre Amorim en el siguiente enlace:


    http://www.leonardogaret.com.uy/index.php/critica/14-datos-critica/159-salto-y-enrique-amorim-la-pasion-creadora-de-enrique-amorim






    BIBLIOGRAFÍA

    Obra édita


    Veinte años - 1920 (poesía)

    Amorim - 1923 (cuentos)

    Las quitanderas - 1923 (cuentos)

    Tangarupá (Un lugar en la tierra) - 1923 (cuentos)

    Un sobre con versos - 1925 (poesía)

    Horizontes y bocacalles - 1926 (cuentos)

    Tráfico - 1927 (cuentos y notas)

    La trampa del pajonal - 1928 (cuentos y novelas)

    La carreta (novela de quitanderas y vagabundos) - 1929 (novela)

    Visitas al cielo - 1929 (poesía)

    Del 1 al 6 - 1932 (cuentos)

    El paisano Aguilar - 1934 (novela)

    Poemas uruguayos - 1935 (poesía)

    Presentación de Buenos Aires - 1936 (cuentos)

    La plaza de las carretas - 1937 (cuentos)

    La edad despareja - 1938 (novela)

    Historias de amor - 1938 (fragmento de novela)

    Cinco poemas uruguayos - 1939 (poesía)

    Dos poemas - 1940 (poesía)

    El caballo y su sombra - 1941 (novela)

    Cuaderno salteño (guía poética ilustrada) - 1942 (poesía)

    La luna se hizo con agua - 1944 (novela)

    El asesino desvelado - 1945 (novela policial)

    Nueve lunas sobre el Neuquén - 1946 (novela)

    La segunda sangre - Pausa en la selva - Yo voy más lejos - 1950 (teatro)

    Feria de farsantes - 1952 (novela)

    La victoria no viene sola - 1952 (novela)

    Sonetos de amor en octubre - 1954 (poesía)

    Quiero, poemas - 1954 (poesía)

    Después del temporal - 1953 (cuentos)

    Todo puede suceder - 1955 (novela)

    Corral abierto - 1956 (novela)

    Los montaraces - 1957 (novela)

    Sonetos de amor en verano - 1958 (poesía)

    La desembocadura - 1958 (novela)

    Don Juan 38 - 1959 (teatro)

    Los pájaros y los hombres - 1960 (cuentos)

    Mi patria (poemas) - 1960 (poesía)

    Temas de amor - 1960 (cuentos)

    Eva Burgos - 1960 (novela)

    Miel para la luna y otros relatos - 1960 (cuentos)

    El Quiroga que yo conocí - 1983 (recopilación de artículos periodísticos)



    Lista elaborada por el profesor Walter Rela, extraída de la edición crítica de La Carreta, Colección Archivos, Madrid, 1988.


    LA OBRA CINEMATOGRÁFICA

    La faceta cinematográfica: los poemas visuales


    La carrera de Amorim como guionista tuvo como sede y lugar de proyección natural la capital argentina, que era para Amorim una especie de segundo hogar. Desde 1930 y durante las siguientes décadas y hasta su muerte Amorim desarrolló una trayectoria como guionista y ayudante de dirección. Escribió cerca de doce películas en la década del cuarenta: Kilómetro 111, El viejo doctor, Yo quiero morir contigo, Canción de cuna, Vacaciones en el otro mundo, Su primer baile.


    Obras (como Pretexto, una película de ficción que cuenta con la participación de Leonardo Astiazarán, Escrito sobre el agua y Escrito en el aire, o Cometas) aparecen como poemas cinematográficos, donde Amorim intentaba, según el agudo crítico Oribe Irigoyen, la expresión de nuestra realidad social “a través de imágenes siempre renovadas que concurren al logro de un clima poético” (ver Amorim según sus contemporáneos).


    Entre sus filmaciones se encuentran las imágenes para ilustrar La Carreta, su novela de 1929. Un hombre en plena carneada. La sangre y la naturaleza y el hombre en una faena cotidiana, todo resumido en una secuencia de tres minutos.


    Se dice que el montaje de Escrito en el aire pertenece a Ildefonso Beceiro (cineasta uruguayo autor de El Tropero, que hizo la remake de otra obra de Amorim: 21 días), y que fue realizado póstumamente (en 1963). Unos frutitos escriben Escrito en el aire, y entonces aparece el viento, las ramas estremecidas de un árbol en flor, las pandorgas (o cometas) y los niños concentrados en el juego, trepándose a un árbol para librarlas de la madeja de hilos enredados. Niños del verano salteño, niños en túnica escolar, adultos, todos miran al cielo enrollando o desenrollando el hilo, bajo un cielo azul resplandeciente. Un homenaje que se escribe en el cielo y que nos habla de un juego tradicional y de un estación (el otoño) especial para este juego. El afán documentalista que retrata un tiempo, el del juego, y una circunstancia (la niñez) en un Salto de mitad de siglo XX. Amorim se vuelve cronista y también niño que corre mirando el cielo, desenrollando con habilidad el carretel de esta foto en movimiento.


    La Galería de escritores y artistas recorre los retratos en movimiento de varios artistas amigos (aparecen Ernesto Sábato, Pablo Picasso, Walt Disney, André Maurois, Pío Baroja, Fernán Silva Valdés, Paco Espínola, Emir Rodríguez Monegal y otros intelectuales y artistas), hechos con una cámara Kodak de 16 mm entre 1928 y 1959, en Salto y en algunos de sus innumerables viajes por Europa e Hispanoamérica. Esa galería muestra a un sonriente Lorca y a Quiroga acompañado por su esposa, su hija y un coatí cachorro, en registros fílmicos que probablemente sean los únicos que se conocen en la actualidad.


    Escrito sobre el agua es un testimonio de 1950 sobre la vida de la gente a orillas del Uruguay. Lejos aún de los tiempos de la represa aparece el río y sus saltos, las cascadas, las rocas, los niños bañándose o pescando, las lavanderas, los cestos con ropa blanca, las sábanas extendidas en rocas calientes, y la lluvia que cae sobre la palabra "fin".

    Este corto fue el primer premio en documental otorgado por Cine Club en 1951. 


    Es 21 días, de 1953, una obra inspirada en el cuento homónimo de Amorim. Mientras se descorre un pañuelo blanco que deja ver un nido lleno de huevos, una voz (la peculiar voz grave del amigo de Amorim, Waldemar Carvalho) anticipa que ésos serán los días necesarios para recuperar la ilusión. 21 días es el tiempo que demora en desarrollarse un pollo en un huevo hasta romper el cascarón. Esta es la historia de una niña (interpretada por Laura Gaudín) obligada por su padre (un hombre sin piedad, que aparece con una botella vacía en la mano) a vender su querida gallinita blanca. La niña atraviesa el campo con pena, acariciando siempre las plumas tersas de la gallina, haciéndole cosquillas con la nariz. En el centro de la ciudad se alegra ante los sucesivos rechazos de las señoras que la desairan desde el zaguán o en la puerta cancel, hasta que una ve con buenos ojos la gallina. Quizá esté en un huevito (uno solo elegido entre todos) la ilusión nueva que anunciaba el hombre. El "fin" reposa entre cáscaras rotas. Una melodía que silba Pantaleón Dura acompaña el todo corto. Esta ficción se inscribe con fuerza en el neorrealismo italiano, que por entonces sentaba un hito en la historia del cine. También de 1953 es La Strada, de Federico Fellini, y Viaje a Italia, de Roberto Rossellini. El neorrealismo se inspiraba en la corriente “realista poética” que se enfocaba en los hechos cotidianos, los dramas, descritos siempre con sensibilidad poética.


    Contaba Reneé Amaro de Catalogne que más de una vez ella lo acompañó de excursión con la cámara y que ella le contaba a él las historias de sus vacaciones (cuentos que al parecer él oía y anotaba puntualmente), y que en más de una ocasión se transformaban en un relato. Parece ser que 21 días tiene una inspiración en una gallinita que formaba parte del recordatorio de Reneé.


    Rostro recuperado, de 1954, también fue montado por Beceiro. El film fue seleccionado en el concurso de cinematografía del Cine Universitario del Uruguay el 31 de mayo de 1955. Imágenes abstractas realizadas con pintura sobre agua. Y según testimonios, una película filmada en la piscina de Las Nubes. Imágenes para un poema.


    Si pensamos en que los inicios del video arte como movimiento artístico se dieron hacia 1963 en Estados Unidos y Europa y que recién el movimiento vivió su apogeo en la década del setenta, vislumbramos en estos poemas visuales de Amorim lo que de vanguardia representan. Pura vanguardia de un espíritu que fue mostrando proyectada, como en un espejo, la esencia de los movimientos que entonces se acunaban y se consolidaban en el Viejo Continente. Video arte, sí, ¿y acaso también una evocación con alianzas surrealistas?


    Extractos de una charla compartida en Las Nubes en julio de 2014, a cargo de Inés Bortagaray.



    CRÍTICAS A SU OBRA
    A los dieciséis se traslada a Buenos Aires a estudiar como pupilo. En el Colegio Internacional de Olivos conoce al poeta Baldomero Fernández Moreno, su profesor de literatura, con quien inicia una amistad muy cercana y una admiración mutua y perdurable. En Buenos Aires Amorim se acerca a Horacio Quiroga, con quien a pesar de la diferencia de edad -Quiroga le lleva más de veinte años- se labra una amistad entrañable. Según Emir Rodríguez Monegal (en El desterrado), Amorim encuentra “en el inaccesible escritor un amigo que lo protege, que vigila la colocación de sus primeros trabajos literarios (los inevitables poemas) y que hasta le cede el apartamento amueblado cuando decide irse a San Ignacio por una larga temporada”.