Esther Dayla Haedo nació en Montevideo el 6 de octubre de 1899, hija de Francisco Haedo Suárez y Clara Young Peña. Su educación estuvo muy supervisada, especialmente por su padre. Vivió sus primeros años en el centro capitalino, muy cerca de la actual esquina de Colonia y Avenida del Libertador.
Prima de Jorge Luis Borges (su padre, Francisco, era primo de Leonor Acevedo de Borges), tuvo, como él, una educación muy influida por la cultura británica. Aprendió a hablar primero en inglés, para luego asomarse al castellano. La situación familiar y el contexto histórico propiciaron esa familiaridad con el mundo británico: la actuación de su padre en el seno del directorio del Partido Nacional en Buenos Aires durante la revolución de 1904, determinó que la familia –perseguida por José Batlle y Ordóñez– debiera partir al exilio en Europa y se instalara un tiempo en Inglaterra.
A su regreso a Uruguay vivió en una quinta del Prado, ubicada en la calle Lucas Obes, entre 19 de Abril y Suárez. Los fondos daban a la actual calle Irigoitía. Tuvo una niñez y adolescencia muy solitaria. “No había vecinos, la casa estaba muy aislada, rodeada de jardines grandes. Los vecinos estaban a bastante distancia”, recordaba Esther en una entrevista que le realizó César di Candia el 30 de agosto de 1990 en el Semanario Búsqueda.
Durante quince años tuvo una institutriz inglesa, Mrs. Adams (ése era el apellido de su esposo), por quien ella guardaba un recuerdo muy agradecido (un retrato suyo puede apreciarse actualmente en Las Nubes). “Me enseñó de todo; nada de lo que aprendían las niñitas de antes, que lo único que sabían era bordar y coser. A mí me enseñó dos idiomas y me preparó para un montón de cosas”.
Siempre
fue una lectora inquieta, que muy tempranamente había conocido el De
Profundis de Oscar Wilde. Jugaba muy bien al tenis. Desde su
adolescencia fue una excelente dibujante y acuarelista.
En
la entrevista con di Candia, Esther se refirió a la inmensa fortuna
que había heredado su familia: “los Haedo eran españoles y allá
por el año 1740 dos hermanos de ese apellido se instalaron en Buenos
Aires, con un gran comercio. Parece que la fortuna la hicieron
aprovisionando con víveres y pertrechos a las expediciones. Con lo
que ganaron, compraron tierras en la Banda Oriental. Una
insignificancia de campo. Uno lo dice y parece tan natural... [se
ríe] Compraron trescientas leguas cuadradas”. Los límites del
campo eran, por un lado, el Río Uruguay, por el sur el Río Negro,
al norte el Río Queguay, y al este la cuchilla de Haedo (de ahí
viene el nombre de este accidente geográfico: al tratarse del límite
oriental de los campos de los Martínez de Haedo, terminó dándole
nombre a las cuchillas).
A Enrique Amorim lo conoció en la playa de Carrasco, hacia fines de los años veinte. “Una de las cosas que nos atrajo mutuamente fue la coincidencia en los gustos literarios. Yo siempre he leído mucho y en aquel momento dominaba la literatura inglesa y la francesa, a cuyos autores había leído en su idioma original. También conocía bastante a los argentinos, que entonces estaban muy poco divulgados. Él también estaba interiorizado de la literatura argentina, porque si bien había nacido en Salto, se había ido a Buenos Aires a los dieciséis años y a los veinte ya había empezado a escribir”, le contaba al periodista en la entrevista publicada por Búsqueda.
En un reportaje que el realizador Juan José Ravaioli le hiciera a Esther a inicios de la década de 1990 ella se refirió a cómo –cuando conoció a Enrique– no había estado nunca en Salto, ni conocía a ningún salteño. Comentaba entonces que, tras conocerse, Enrique había obtenido una cámara de cine para hacer un corto con ella como protagonista, para que su suegra la conociera a través de la película. El padre de Enrique le regaló una máquina de fotografía que había sido suya, y “después ya se quedó con la máquina, que siempre usó, y la usaba con los amigos, cuando había reuniones y con esa cantidad de gente que fotografió”, contaba.
Se casaron enseguida de conocerse y vivieron un año en Europa. Regresaron al Río de la Plata (en Buenos Aires tenían un apartamento, “para ir de paso”) y nuevamente volvieron a viajar a Europa.
Por entonces, en Buenos Aires Enrique frecuentaba las peñas literarias que compartían, entre otros escritores y artistas, Horacio Quiroga, Baldomero Fernández Moreno, Oliverio Girondo, Norah Lange, Jorge Luis Borges, Guillermo de Torre, Norah Borges, o Silvina Ocampo. Como tantos otros intelectuales de la época, Esther y Enrique debieron dejar Buenos Aires luego de que Amorim denunciara, en su novela Nueve lunas sobre el Neuquén (1946), las torturas a que eran sometidos los opositores al gobierno de Juan Domingo Perón.
Ante la pregunta que le hacía di Candia sobre cómo definiría a su marido, Esther respondía: “Como un hombre bueno, inquieto, siempre lleno de proyectos y novelerías. El único mérito de mi vida es haber sido su compañera, el haber sabido entenderlo [...] El día de su entierro yo quise acompañar el cortejo, aunque estaba destrozada. Y al pasar por las calles, observé las veredas llenas de gente que había acudido espontáneamente para despedirlo. Y ahí no había diferencias sociales ni ideológicas. Todos lo querían mucho”.
Pocos meses después del fallecimiento de Enrique Amorim, Esther comenzó a clasificar la enorme correspondencia de su marido, así como los manuscritos de sus obras. Esta labor le llevó varios años y en 1973 hizo efectiva la donación de todo ese material al actual Departamento de Investigaciones y Archivo Literario de la Biblioteca Nacional.
Mantuvo su casa abierta a la visita y estadía de escritores, editores y artistas, entre los que se destacan Emir Rodríguez Monegal, Ángel Rama, Hugo Emilio Pedemonte, Enrique Wernicke, Narciso Yepes, Mecha Ortiz, Isabel Gilbert y César Fernández Moreno.
Como ella mismo señalara, pasó el resto de su vida dedicada a preservar y difundir la vida y la obra de Amorim, velando también por la conservación de Las Nubes y el acervo que allí se guardaba. En esos años también se fue fortaleciendo el vínculo entrañable que la unía a Liliana, la hija de Enrique ("y un poco hija mía", como ella solía decir), así como con sus nietas Paula y Amalia.
Esther Haedo sobrevivió treinta y seis años a su marido. Falleció en Montevideo el 4 de setiembre de 1996.
Agradecemos el generoso aporte de Pelayo Díaz Muguerza, quien nos facilitó apuntes varios para construir este perfil biográfico de Esther Haedo.